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El error de Gasol y su consuelo

El pasado domingo, cuando terminó la final de la EuroBasket España-Rusia, el joven jugador Pau Gasol se tiró al suelo, boca arriba y con las manos en la cabeza. No sabemos qué sentía, pero nos lo podemos imaginar, desesperación, desconsuelo. Era el último partido de muchos, el partido iba muy igualado, el equipo ruso acababa de encestar y el equipo de casa necesitaba marcar de la manera que fuera. En el público estaban los padres de Pau, los Príncipes de España y miles de personas más. Desde su casa, millones de europeos veían el partido.

La tensión era máxima. En aquel preciso momento, Jiménez pasó la pelota a Pau Gasol, y Pau tiró al cesto. La tensión era máxima y… ¡falló! No lo hizo suficientemente bien. ¡Justamente en aquel momento, aquella maldita pelota no entró en el cesto! ¿Con la de veces en su vida que había encestado!

¿Y qué sintió Pau en aquel momento? ¿Rabia? ¿Contra quién? ¿a quién podía darle la culpa de su error? ¡¡Era él quien, cuando tenía la confianza de todos los suyos, había fallado aquel enceste definitivo!! Sabía que lo podría haber hecho mejor, que se podría haber acercado más… Gasol ha estado entrenando para dar el máximo de sí bajo presión, para competir y ganar, pero perdió la final. Y en medio de toda aquella desolación, con aquel sentimiento horroroso de haber decepcionado a los demás y a sí mismo, su compañero Jiménez va y lo abraza. Con uno de esos abrazos masculinos de comprensión, parecía que le estuviera diciendo: “Tranquilo, te comprendo, todos nos equivocamos, podía pasar” ¡Qué bonito! ¡Qué momento tan emotivo! ¡Cuánto consuelo en un momento tan terrible! ¡Qué maravilla estos abrazos llenos de sudor y humanidad!

Cosas como ésta pasan cada día. Todos nos hemos sentido en algún momento de nuestra vida como Gasol en la final del domingo pasado. Quizá nuestros errores no han sido tan espectaculares como el suyo o quizá sí. Quizá nuestros errores han tenido consecuencias más leves o incluso más horrorosas. Cada día comentemos errores sin ninguna mala intención. ¡Qué bien nos iría un abrazo comprensivo en el momento terrible de descubrir el fallo! Aunque fuera lleno de sudor y sin desodorante… ¡lo agradeceríamos tanto! ¿Por qué fuera de los campos de deporte los abrazos van tan caros?